Comentario
"Las Antigüedades" y el "Libro de la Conquista": rasgos generales
La edición que ahora aquí se ofrece es, pues, la cuarta, si contamos la primera de 1926, en facsímile, del manuscrito latino, y la tercera si tenemos en cuenta las impresas en castellano. Como en las dos inmediatamente anteriores, se reproduce aquí el texto fijado por Joaquín García Pimentel. Los editores, y quien esto escribe, pensamos que, por la calidad de la traducción, este mismo texto merece ser dado a conocer entre un público más amplio, atraído por todo lo referente a la historia del Nuevo Mundo.
El libro de las Antigüedades es esencialmente una crónica del estilo de las muchas que se escribieron a raíz del encuentro con América. En ella se describen los rasgos esenciales de la cultura nahuatl --sobre todo en su última etapa, la azteca-- con objeto de darlos a conocer a Felipe II y también a los muchos lectores españoles e incluso de otras naciones de Europa, según señala Hernández en su Proemio. La obra está concebida como una síntesis o, como lo dice el protomédico, como una semilla de historia. Aunque en muchos capítulos sigue éste muy de cerca a varios autores del XVI, como después se verá, aporta muchas reflexiones y algunas noticias originales. La vida y la historia de los pueblos nahuas se nos presenta desde una perspectiva renacentista. Tal perspectiva se torna evidente en el mismo lenguaje esencialmente de hombre latinista y en las constantes comparaciones con los acaeceres de griegos y romanos. El espíritu renacentista se manifiesta también en el afán de preservar el recuerdo de ciertas obras de arte de los pueblos nahuas. En efecto, durante sus estancias en Teztcoco, Hernández mandó dibujar el tambor de guerra y otras antigüedades de los tetzcocanos. Así lo explica en dos pasajes de su obra. En uno de ellos lo dice bien:
Su estatua [se refiere a una del rey de Tezcoco, Nezahualcoyotl], su escudo, banderas, trompetas, flautas, armas y otros ornamentos que acostumbraba a usar, tanto en la guerra como en los bailes públicos, y que encontramos preservados con grandísimo respeto religioso..., he tenido cuidado de que fueran pintados para poner, hasta donde yo pueda, ante los ojos de nuestros hombres, las cosas pasadas...27.
Desafortunadamente, estos dibujos, que formaban parte de los libros que Hernández envió a Felipe II, se perdieron en el incendio de El Escorial. A juzgar por la calidad de las pinturas de plantas y animales, que conocemos a través de la edición romana, podemos pensar que serían de gran calidad y veracidad, dignas de un espíritu abierto y preocupado por preservar las creaciones de pueblos tan distintos y a la vez tan atrayentes para la mente de los europeos.
Pero al mismo tiempo que el protomédico manifiesta este espíritu renacentista, participa también de las creencias en leyendas fantásticas sobre tierras más fantásticas aún que inundaron las mentes europeas a fines de la Edad Media. Y para constatar esto nada mejor que leer el capítulo veinticuatro del primer libro; en él se habla de un demonio conversador, de piedras que se estremecen, un río que vence la fuerza de la gravedad, terremotos que hacen que desaparezcan los ríos, fuentes maravillosas, montañas que tiemblan cuando alguien las pisa y otras fantasías más, dignas de los mejores relatos de los libros de caballería.
¿Cuándo, dónde y cómo redactó Hernández su obra? El cuándo ya lo hemos apuntado, hacia 1574, en un momento en que ya había realizado la mayor parte de sus trabajos de índole naturalista, y por tanto estaba interesado e incluso adentrado en la realidad de México, tanto el prehispánico como el que le tocó ver. Ya había tenido tiempo de observar y de asombrarse, y esto posiblemente le motivó a escribir, dejar su propio testimonio y darlo a conocer a sus contemporáneos europeos. El mismo nos dice que dictó su obra en uno de los palacios de Nazahualpilli, en Tezcoco28. No es extraño que en esa ciudad permaneciera algún tiempo, dado que había sido un centro de cultura muy importante en época prehispánica, y en el XVI siguió manteniendo un gran nivel como foco de evangelización y de estudios.
Respecto de la tercera pregunta --¿cómo redactó su obra?--, ya se ha insinuado que lo hizo en latín. En realidad, en esta lengua expresó casi todo lo que escribió. Pensemos que Hernández vivió intensamente el Renacimiento y se situó en esa perspectiva de hombre latinista. Y además, él era muy consciente de la magnitud de su empresa americana y de la necesidad de que su obra se difundiera por otros países europeos. Ninguna lengua podía ser más adecuada que el latín, entonces idioma universal de Europa.
Y finalmente podríamos hacernos una cuarta pregunta: ¿porqué escribió las Antigüedades, tema que aparentemente rebasaba su misión? En el proemio a Felipe II, Optimo Maximo, Hernández nos da su propia explicación. Señala él que la historia de la naturaleza y la de los hombres están muy ligadas entre sí, y unas líneas después manifiesta al rey la conveniencia de que conozca los ritos y costumbres de los indios. Por estas razones le dedica esta semilla de historia que tal vez dilataré en los días futuros. Pero, además de estos nativos, podemos pensar que él, ante el asombro de lo nuevo, quiso dejar su propio testimonio en forma de un libro breve y en latín. Su deseo no se realizó y somos nosotros, los lectores del siglo XX, los que podemos gozar de sus observaciones a través de su espíritu renacentista.